A propósito del Día de la Madre, les comparto una historia personal con la que muchos probablemente se sientan identificados.
Se llama Etelvina García, pero todos los que la queremos la inmortalizamos con el diminutivo de “Telvy”. Y a ella le gusta. La hace sentir más joven. A sus años, sus rasgos físicos encarnan una ternura infantil e inocente. Hasta parecen haber permanecido intactos e impasibles ante las adversidades que le han puesto el tiempo y sus circunstancias. Sus cachetes rellenos y carnosos, que a menudo los tiene la mediana edad, hoy están poblados por frágiles arrugas que adornan su tierna cara de una buena porción de experiencia.
David y Etelvina en la ceremonia por sus 30 años de casados. |
Nació en un pueblito rural del Alto Piura, donde al no estar permitido llamarse “carencia”, le pusieron por nombre, San José de Chungayo, en honor a un santo patrono piurano. Aunque carencia era lo que identificaba a este recóndito pueblito, compuesto por unas pocas casas esparcidas entre chacras y pastizales. En aquel tiempo no existía una escuela primaria. La más cercana se localizaba a una hora de distancia, caminando por un estrecho sendero, que cruzaba un río. Así que Telvy, junto a su amiga y vecina Plantila, recorrían todos los días, excepto sábados y domingos, este camino para asistir a clases. ” Mi infancia fue algo complicada” me dice, mientras su melancólica mirada se pierde en el vacío de una amplia sala. “Al volver por las tardes del colegio mi agenda ya estaba planeada; recolectar agua de la quebrada, a falta de agua potable, coger café y pastear las vacas. Y en la noche o en la madrugada, hacer las tareas que me dejaban en el colegio, con tan solo una lámpara a kerosene como testigo”.
Ya en la adolescencia, y con dieciocho años, Telvy conoció al hombre de su vida. A su rey como ella lo llama cariñosamente. Conoció a David. Su único enamorado. Su actual esposo. Como todo cuento con final feliz, al principio nada fue fácil. Sus padres, señores educados a la antigua, se opusieron rotundamente a la relación. Y esto solo provocó en los jóvenes, la idea del rapto como única solución a sus problemas. Y así como pasaba en las novelas románticas, y con la ayuda de un amigo, David raptó a Telvy. Se casaron por lo civil, y luego tendrían a su primer hijo que bautizaron con el nombre de Julio David, quien en un futuro llegó a convertirse en sacerdote. Tres años más tarde nacería Albert. Su segundo hijo, quien nació en una cálida noche de un veintitrés de mayo. “Fue un parto complicado, al parecer por la demora del proceso. Y por los constantes dolores que le producía. Y que le produjo en un futuro. Pero ella siempre se mantuvo feliz. Así deseaba darle la bienvenida a ese bebé de gruesa contextura, que solo atinaba a llorar y a patalear en procura de su inmediata alimentación. “Era un comelón, en cuanto nació quería tomar su leche materna. Lloraba sino le daba rápido el seno”. A pesar del dolor, me sentía muy feliz de haberlo traído al mundo, añade con gran satisfacción. Luego vendrían sus tres últimas hijas: Eliana, Elizabeth y Ethel. Ya con cinco hijos y viviendo en una casa alquilada el mayor anhelo de Telvy era la casa propia.
Pambarumbe, pueblito del Alto Piura, dotado de un increíble paisaje. |
Deseo que cumplió muchos años después con mucho esfuerzo y con ayuda de unos familiares. ”Fue uno de los momentos más felices de mi vida. El día en que terminamos de construir una casa para todos mis hijos, un lugar propio, seguro y adecuado para su crecimiento”. Se emociona mientras lo dice. Se inquieta. Sonríe tímidamente. Ella es la humildad en todo en todo su resplandor. A cada palabra que renombra le pone un énfasis de felicidad. “Me sentí muy orgullosa de poder darles un hogar, un techo propio donde crecieran y fueran muy felices. Actualmente, seguimos viviendo en esta casa, donde esperamos a nuestros hijos en sus vacaciones, pues todos crecieron y viajaron a la ciudad para estudiar y trabajar. Sin embargo, ellos saben que siempre tendrán una casa, un hogar donde ir cada vez que lo deseen. Yo siempre guardo un recuerdo permanente de un niño jugando a ser rebelde, recostado sobre mis faldas. Y yo acariciando su frente, una y otra vez, diciéndole tiernamente; todo va a estar bien, hijo, siempre estaré para ti”.
Los cinco hijos de David y Etelvina: Julio, Albert, Elizabeth, Eliana y Ethel. |
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